21 de marzo de 2007

Desesperación


Grité y grité
hasta quedar sin voz.
Y no hubo nadie para escucharme,
porque a nadie le importó.

Entonces eché a correr.
Corrí hasta desgarrarme los pies y romperme los huesos.
Y caí al suelo.
Y no hubo nadie para recogerme,
porque a nadie le importó.

Y golpeé con los puños sobre el muro de roca
seco, polvoriento, liso y caliente,
hasta que se me rompieron los nudillos.
Y no hubo nadie para sujetarme,
porque a nadie le importó.

Entonces comencé a sangrar,
y sangré sobre la arena del desierto
hasta quedar seca como el mismo muro de roca.

Y a nadie le importó.
Porque nunca hubo nadie.

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