
hasta quedar sin voz.
Y no hubo nadie para escucharme,
porque a nadie le importó.
Corrí hasta desgarrarme los pies y romperme los huesos.
Y caí al suelo.
Y no hubo nadie para recogerme,
porque a nadie le importó.
Y golpeé con los puños sobre el muro de roca
seco, polvoriento, liso y caliente,
hasta que se me rompieron los nudillos.
Y no hubo nadie para sujetarme,
porque a nadie le importó.
Entonces comencé a sangrar,
y sangré sobre la arena del desierto
hasta quedar seca como el mismo muro de roca.
Y a nadie le importó.
Porque nunca hubo nadie.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario