29 de julio de 2007

La otra









Ema ya no quiere vivir entre cuatro paredes, siguiendo las mismas rutinas desde hace diez años.

Ema está cansada de ver las mismas caras y escuchar las mismas respuestas día tras día.

Ema quiere salir, recorrer el mundo, olvidarse de los compromisos y de la monotonía absurda en que vive.


Ana ya no se emociona como antes por vivir el aquí y el ahora, sin saber qué va a pasar al día siguiente.

Ana está cansada de vagar sin rumbo fijo y sin nada a qué aferrarse.

Ana quiere la seguridad de un hogar y un marido que la espere en casa todas las noches.


Ema está aburrida de vivir pendiente de las tareas de sus hijos, preparar comida para todos, planchar la ropa y coser los calcetines de Antonio.

Ema está cansada de que nadie sea capaz de hacer las cosas por si mismo y la necesiten para todo.

Ana se siente vacía cada vez que repara en que no necesita preocuparse por nadie más que sí misma.

Ana quiere sentirse querida y protegida, pero sobre todo necesitada por alguien.

Ema odia llamar a su madre dos veces por semana, pero lo hace para evitarse los malos ratos y sus eternos reclamos de abandono.


A Ana le gustaría tener el valor para llamar a su madre, aunque sea una vez, sólo para volver a escuchar su voz.


A Ema le gustaría ser la otra hermana. La que no se menciona frente a los padres. La que hace quince años tuvo la osadía de fugarse en tren con un trotamundos.


A Ana también le gustaría ser la otra hermana. La que hace quince años tuvo miedo de arrepentirse y decidió quedarse en la estación mientras el tren se alejaba.

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